ENTRA A ROBAR EL NOS
Han sellado las canciones, coagulado dentro
De abrevaderos de silencio
Donde bebe el cuerpo que reposa
Con la mano que no pudo hace muescas
En el no lugar, voltea hueso
De nunca con lengua de quiénquiso
En la trama de túsabes reza con un clavo
Frente a la zarza ardiendo
De nosotros, los moldes
Oteador,
Cómo ayudas en la distancia
Y sufres en la distancia,
Cómo necesitas la distancia.
Siempre son tus palabras – nunca tus manos –
Las que habitan los lugares
Por los que abrevas de su dolor,
Del rodar sus llantos insoportables.
La gota de veneno por el hilo
Tiñe tu transparencia,
Dándote una vida que tú escupes.
Cómo necesitas la distancia
TURNOS EN LA DESMEMORIA
Fuerte
La máscara del abandono prevalece
Fuerte está azando
En lo rescrito dictado por el pulso
Que abre un ojo encinta
Se ha borrado en paralelo de la frente
De la piedra
El sentido de la runa
En mis manos el nombre y la máscara
Fuerte
Y nada más que la máscara
Crece como el más hábil de los tallos
Como la serpiente por el cuerpo suave del recuerdo
Fuerte traga la máscara el cuerpo vivo
Y sólo queda la máscara
Fuerte y deforme
Durmiendo un sueño de piedra
Un dime cerrado
Fuerte es la máscara a la que lanzan
Redes de esperamos
Definitivo es el giro de llave
Que ha tragado la sierpe
Que duerme el mutis de la piedra
En torno
Un párpado salva el ojo en blanco
Un labio múltiple en el salmo
Del anzuelo de puro amor
Amamantan nombre
Llenan el silencio de una urna con la ceniza de verbos
Inquieren con la ceguera del amor y la sangre
Golpean con las azadas del amor en la carne abandonada al ahínco
A la raíz más profunda de seguir en la desmemoria
Alimentan las migajas del añico
Tiran de un reguero hasta abrir la carcasa
Con hambre entintan ojos
Fabricando el tiempo de un corazón
Que sólo piensa en sí
En la plegaria despiertan el sueño de los pájaros
Formulan la memoria de las cosas
Alumbran movimientos viscerales
Pequeños despertares sin cabeza que ellos guían
Como el pastor a los lobos del reconocimiento
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Hay dos ojos sí,
Pero que no miran en nos.
Alrededor las sillas,
Manos que acarician piel que tiembla,
Nudos de lana para la memoria de los dedos
Las cuentas del rosario; vasos de mosto,
Bocas de bolso como agujeros ciegos.
La sala de visitas es un campo en que cuajan
Bustos derruidos, edades estancadas donde no podemos leer.
Haces de luz en la memoria de un herbario.
Hablamos de colchones que debemos recoger,
Mientras “a ver si un día” flota como un pez muerto
En la bandeja de esta sangre lenta que es la tarde
En los salones, donde mezcla un sol cansino
Con la luz artificial, de amarillo enfermo.
Nos miran sin creer,
Entonces la voz encima huyendo de lo que enfrenta,
Entonces el cristal fabulatorio, tan fino.
En el balbuceo de la normalidad echar los nombres
Igual que hojas en la premonición del cierzo.
A punto de caer, en la viscosa tarde entera, la familia.
Todos sabemos del rosario no dicho,
Aramos horas rodeados de rostros que son relojes
Viscoso tiempo daliniano donde
Cuajos oscuros rezan lo indescifrable,
Movimientos perdidos en la partida final
Donde ya no hay motivo de nosotros,
Aunque alcemos las palmatorias del recuerda,
Mamemos por la luminaria de la constante
Herida abierta con los dedos.
Entramos en la interjección como en secretos turnos;
Cada uno lo suyo, cada casa lo suyo.
A su forma cada casa en la ceguera del doler
Ante el mutis de la boca torcida, cada casa
Su hambruna, a la vez, un rezo.
Las sillas en torno. Cada boca enciende
Una vela que alumbra el busto cifrado
Y luego vuelve al tejido de la conversación,
Volteando un hueso de desgracia en la boca.
He visto apagarse algo dentro de aquellos ojos en los turnos,
Animales que hendían en el bosque de un momento,
Para luego desaparecer en la conversación.
El reino por el caballo, el caballo anegado
En el cieno de fuimos.
Y la más absoluta normalidad en el terror
FRENTE A LA ZARZA ARDIENDO DE NOSOTROS - LOS MOLDES
Herida de la sonrisa
Doler del vacío que constata en las hilachas
Lo que el amor duele,
Que negro se revuelve dentro,
A la vuelta, en el coche,
Emparejados en el terco comentario pueril de las calles,
En las infamias que quieren
Restituir su medida al mundo.
Discursivos en la herida vamos, pareados,
En esta galera triste de reírse,
Cuando lo que marca es el goteo de la herida,
El hambre que se va comiendo poco a poco a las mujeres en sus círculos,
Que las va consumiendo en las escaras de diez años,
Donde se han repetido los lentos horrores del abandono
Y el canto trémulo del cuerpo desapareciendo.
Que han visto la lenta papilla del cuerpo licuándose
Y a la par las memorias agujereadas, los pájaros temblando
En el cuenco de las manos, el miedo;
Ese frío que es el miedo en la desmemoria.
Diferentes rostros en el mismo desdecirse de la máscara,
El grito de las cejas en lo vacuo de los ojos
Porque algo viene,
Algo viene sin saber el nombre
Con la cuchara, círculos
Moviendo
Melaza del nos:
Cucharas somos lenguas
Que lamen la almoneda,
Donde pesan las monedas falsas
De nosotros, los dietarios huecos
En que la enumeración anega la pregunta en el dato,
¿Hacia qué adelante huimos?
Reformulamos
Nudos de nudos, basuras de proyectos
En los que nunca vamos a estar,
Aunque vamos y echamos el clavel
Para que todos aplaudan lo que esperan
En el mutis parlanchín de las tazas
Donde un dedal de café equivale al único lugar
En que descansar los ojos,
Llueven las listas de nombres y afecciones
Untando todo un lento delirio digestivo,
La retahíla de enfermos y parientes,
La ductilidad de este estar en el morir del café,
La moledura sin coros de la ruina;
Como un charco, tratados del buen morir sin saberse.
El decir entre pastas con la tele encendida,
El bostezo mezclado con añicos
De rostros que tienen surcos de llorar
En la mentira de las camas,
En los sofás de pudrirse enumerando.
Duelen en la vida, para siempre, las genuflexiones,
Las escarpadas biografías que no se tuvieron,
Los muñones de deseo que perfila el temblor cuando alumbra
Una especie de llorar que es roer,
Una especie de vivir que es cavar
En los sofás, ungidos de pomada, en la simetría
De la tableta al desgajar la pastilla y arrobarse
En la disolución de un color frente a la bolsa
De extremos amputados y al cesto
De judías peladas, una a una.
Tran
Quimacín, pequeñín,
que viene el coco,
Para mirar a los niños
que duermen poco.
Las perlas, lágrima endurecida
Por la superposición de capas de inmundicia de años,
Las hilachas de aviones en silencio,
El bronquio de caldera que agita en compases
La duermevela. El rojo del párpado, por dentro,
En lo que no termina de caer.
Y la luz.
Esa luz
Ese amarillo que no llega a ceder.
Cuántas veces no se habrá esperado el timbre,
La llamada que diga;
Y cuándo diga,
¿Qué haremos? ¿Llorar? Llorar
¿Coger cosas en el torbellino? En el torbellino. Cosas
Cosas. Goteo:
Mujeres horadan turnos en la tarde
Se llora el llanto hasta que queda seco,
Y después, se llora sin creer llorar.
Que viven en la bilis de contar
Los nombres en las manos de acusadores mudos,
Aprietan un grumo de calcetín como si fuera un corazón
Y se duelen, pero no hay nadie
Y se percatan de la encerrona de la casta
Suyas son las habitaciones con goteo,
Las gasas de flor ocre
El subyugante marrón del vómito
¿Cómo se vive con ellas? ¿Con qué derecho
que pasen la tarde abrazas al cocodrilo del quién
Dando vueltas y vueltas en el agua de cuándo
Acusan y quejan entre hilos, pero nadie
Y se cuajan en la ceguera de amor
En el doler saliva, en el pedir justicia,
Como si un cauce de inocencia desbordara
Hasta anegarse en un suspiro
En un cansino metallanto.
Asir en el doler un nombre
Blandir en el doler un nombre
Todo el hambre, toda la sed,
Abrevar toda la sed un momento, en un nombre
Así hacen.
Vivimos en el sonar de un timbre
En la quemazón de un teléfono
Despellejados de mundo por los ojos
Viendo lo que dijimos en las heces de té.
Así hacemos.
Los rostros en el ubi sunt, al correr del agua
En la pila, blanco y frío juntos
En el momento de quietud
Hechos por las sombras que perfilan en el amarillo de la luz
Cuando no hay nada detrás y sólo el rostro
La reguera amarga garganta abajo el medicamento
Un calor aceitoso al tocar los párpados
Para salir de la comprensión y volver a los quehaceres
Cuando no hay nada delante
Y saltar no se puede todavía,
Hasta que suene el teléfono, el timbre,
Deshaga el vocero la obligación y ciegue la boca
En un ictus de luz.
Pero saber que no,
Que será una piel y no el todo,
Lo que se raspe en la artesa
Y vendrá otro fingimiento
Cómo decir que “a la vida…”
Cómo no espetar en la promesa
Aquello que se ha visto en las camas,
La tumefacción de tiempo de los bustos
La lentitud vegetal de los salones
Los haces de luz entrando fijos
Al transponerse el polvo,
En un cuadro estanco sobre el que nadie
Hará comentario alguno.
Lo vegetal de la inercia en la licuación
Sobre las sillas, cada vez menos
Como en un embudo de sí mismos, los cuerpos
Aquellos que eran
Que de alguien eran
Que eran hacia fuera, en los gestos
Ahora frascos rasgos caligráficos
Renglones vacíos en la perpetua paralela
Donde a veces el cuajo de una letra
El pecio o la cuña de un discernimiento
Festejan et lamentan el brillo de una piedra
La restitución de un nombre como una vela
Encendida, que deja ver en el cierre
De un cepo, con breve luz de oro avejentado
Respirando un momento en lo oscuro
La burbujita de somos, que se rompe
Hasta que todo vuelve al silencio de la murmuración
La habitación es una reinserción al óseo
Al mineral efímero que va quedando
Sobre las sillas, la moledura de quiénes
En el discurso hacia dentro de la enfermedad
Pasan con sillas, perdidos
Bailando esa canción de las muletas
Al compás del grito de una pierna perdida,
El pantalón, el imperdible, cada día
En el hueco, esa lenta canción
Del blanco retráctil que llega, la rueda
De ratón que anuncia la lenta comitiva
del ciego: el golpe, la cabeza hacia arriba,
el andar perdido en el vacío de la boca,
El desamparo de agredir igual a la justicia
Son cunitas de cráneo, péndulos de nombre
Ruidos al sorberse la papilla, agarrados al vaso
Igual que a la muerte; plástico del zumo de naranja
A breves sorbos. Pajaritos
Movidos por cucharas, por palancas de amor
Con su grumo en el pico para los vivos
Asidos a la empuñadura de la silla
Atravesando dobles puertas blancas, sin vano
El mismo pasillo repetido, un lacio mechón gris
Brilla un momento, al descolgar la cabeza,
La cabecita, a la diestra pasillos amarillos
Ese trazado del cabello que dice
No ha sido la mano mía en la mañana
Hay esa manera que se les ve en el pelo, en la ropa
De los que no llegan a estar, los que han sido vestidos
Sin saber el día, qué ven cuando entretejen
A la hora de las camas, de las ruedas,
Las palancas, (las manos), cuando vienen
El juego de poleas, las camisolas verdes
El manoseo frío de la limpieza (los guantes),
El azorarse de las extremidades con las bridas
Los que han sido un día más mercadería
En el paso ciego de horas de operarios,
En el callo de cuore la rutina,
Para arrimar la monedita a la casa,
Cada uno lo suyo, cada casa.
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Una última sonrisa de bondad
Redibuja un rostro
Hundiéndose en el corazón
Como un cuchillo en brea
Como una uña en la mente
Aún después
De la clausura por quejido
Seco de la puerta.
Alquitrán en las manos
Mientras cuentas
Las horas nominales
Perdidas en la hiel de espejo.
Saber lo que estás haciendo,
Lo que hacinas
Para acariciar en la sombra
Del rincón, en silencio:
La piel suave de un recuerdo
Donde hociquear
Salmo entrecortado
Al contrapunto de llanto:
Una riela de lágrima,
Mientras rumias
La hipnosis de luz amarilla
De los faros, a la vuelta.
Cada casa a lo suyo. Cada casa